«¿Por qué se mueren tan rápido las luciérnagas?»
A diferencia de Amour, no voy a hacer un resumen que ayude a los rezagados a seguir el ritmo, de modo que si no la has visto te jodes te emplazo a que lo hagas antes de continuar con la lectura.
He terminado la película hace unos minutos. Escribo mientras proceso sensaciones encontradas que a continuación desarrollo. Dado que en general ha defraudado mis expectativas empezaré por lo negativo, no sea que los fanboys del Studio Ghibli os hagáis una falsa idea de mi percepción y me saltéis a la yugular luego. La tumba de las luciérnagas es excesiva en casi todas sus partes, pues arroja al espectador de forma reiterada a los rincones más lúgubres de la mente. Álvaro, Isa, sí. Perdonadme, yo os quiero, pero está a años luz de When Marnie Was There. A diferencia de ésta, que cautiva desde los primeros instantes con ambientes místicos y senderos sinuosos, la obra de Takahata es redundante y desproporcionadamente monótona tras la primera media hora.
A lo largo de la película juega, con mucha frecuencia, la baza de la vinculación enternecedora fácil del espectador, recreándose en escenas a las que cualquier ser humano es vulnerable, como la hambruna, la violencia extrema (desfiguración, inanición, carroña), o los niños y el horror de la guerra, sin otro objeto que deprimir. Se puede decir que se busca fidelidad en la recreación de las vastas condiciones de la 2ª G.M., y podría comprar esa tesis de no ser porque la violencia no es un añadido, una constante que necesariamente debe estar presente en todo momento por el contexto, no, es la base de una historia de supervivencia simple y carente de originalidad, que por sí misma no daría más que para hacer un cortometraje y que necesita apoyarse en la destrucción y la brutalidad para mantener al espectador atento y excitado, y eso es imperdonable. Tal vez me haya gustado mucho más When Marnie Was There por su facilidad de crear belleza sin recurrir a tópicos tan gastados como la fragilidad de unos infantes, la pérdida de los valores morales en tiempos de guerra o la clásica figura oriental del mártir. El imperio del Sol; La lista de Schindler; La condición humana… todas tratan el tema de la 2ª G.M., siendo la mayoría anteriores a La tumba de las luciérnagas (se entendería que se hubieran excedido más en la forma) y ninguna propone una historia cuya base son las penurias extremas ni las trata con insistencia enfermiza. No me lo creo.
Entre el anterior párrafo y éste hay una noche de por medio. Si ayer hice incapié en los aspectos que más me desagradaron de la película, que por desgracia son los que más he clarificado, ahora desarrollaré el único que me ha agradado, esto es, el que me ha acercado a la instrospección, que me reconcilia con la vida. Creo que nunca me ha resultado tan repulsiva la idea de la guerra. No quiero decir que haya que ver películas de este tipo para odiar la guerra (sería penoso) pero no creo haber estado nunca más lejos de la idea de la violencia como medio para resolver conflictos, lo emponzoña todo. Al terminar, en un ejercicio de dialéctica platónica, mi yo frágil post-filme interpeló a mi yo racional sobre lo punible de la violencia en términos absolutos. He llegado a la conclusión de que únicamente no es reprobable en casos de defensa, ya sea ésta contra un atentado contra la libertad (tangible) o en forma represiva, por ejemplo, que se coarte un derecho fundamental como las condiciones que garanticen el acceso a la vivienda, a la sanidad… Todo lo demás se puede resolver desde la sindicalización y/o el ámbito jurídico.
Fuera de la trama es donde encuentro lo mejor de la película: la animación. No soy un aficionado al anime, pero observo una diferencia abismal entre los dibujos que veo en una película o serie de las que habitualmente reponen en TV y los de las películas del Studio Ghibli. Estos orfebres de la animación parecen capaces de plasmar cualquier escenario o individuo en su totalidad simplemente con lápiz y papel. Es una gozada retroceder una escena para fijarse en el fondo y alucinar con lo minucioso de los detalles, cuidados hasta el más mínimo ápice. La primera escena en la que sale Setsuko esperando al recién fallecido Seita, rodeada de luciérnagas, superpuesta con una música sublime, me convierte en devoto absoluto de la animación de esta gente, aunque los guiones no valgan nada per se.
En la sinopsis, se describía esta película como la más triste que jamás se ha hecho en anime. Es la tercera película de Ghibli a la que le echo el guante y empiezo a pensar que Disney, en cierto modo, ha lacrado el cine de animación al adaptarlo exclusivamente para menores de doce años. No voy a desarrollar más sobre esta cuestión, sólo quería dejarlo anotado.
Finalmente, ¿por qué se mueren tan rápido las luciérnagas? Esta pregunta que lanza Setsuko la primera vez que mata una bien podría estar dirigida a Takahata, pues al término del primer cuarto de hora ya es predecible que va a morir y que el resto de la película está, pretendidamente, abocada a preparar la lágrima para que duela. Pero no duele. No, porque ningún personaje es creíble, todos apestan a topicazo y ninguno está construido buenamente. Se llora viendo a Frodo partir desde los Puertos Grises hacia Valinor porque el pequeño Bolsón, como personaje redondo que es, está atinadamente construido (incluso en la película), no es el hermano mayor sangre-horchata que tanto recuerda a la pauta de Percy Weasley, siendo éste el más secundario de entre los personajes secundarios, no el llamado a encabezar la trama que es Seita. ¿Qué necesidad había de mostrar gusanos devorando el cuerpo desfigurado (por si no fuera suficiente) de la madre? Hacerlo no sitúa al cineasta oriental más a salvo de la incorrección de lo que lo estaría robando a un mendigo o zancadilleando a un ciego. Querría no terminar de forma tan inclemente pero si lo único plausible de la cinta es que Takahata haya conseguido llevárselo muerto, qué quieres. Una historia rándom, un héroe trágico, unos detalles macabros, y a funcionar. No veo en qué momento el resto del Studio Ghibli se presta a esto, pudiendo elegir (imagino) recrear historias tan soberbias como las que ofrece la literatura oriental.