«Esto no va a ir como tú crees»
España quedándose fuera del Mundial en el primer partido del torneo. La tercera entrega de la trilogía Eastrail 177. La séptima temporada de ‘Juego de tronos’. Las mayores decepciones de los últimos años son un guateque comparadas con este esperpento que firma Rian Johnson. Si tu estado anímico no es muy álgido no te recomiendo leer más allá de estas líneas, ya que lo que sobreviene no es sino un pasaje por lo más bajo, triste y obsceno que es capaz de hacer el ser humano.
La película hace aguas desde el primer momento: el texto de apertura. Si en la anterior entrega la Primera Orden parecía no ser más que una reagrupación marginal del Imperio que invadía planetas furtivamente aprovechándose de la debilidad de la recién reconstituida República, en esta, pese a perder su principal arma ofensiva (la Starkiller) se encuentran en la posición más ventajosa ever, ya que parecen estar a punto de dar el golpe de gracia que destruirá el último reducto de la Resistencia. Estos fallos de coherencia interna, máxime cuando el tiempo interno transcurrido es (estirando al máximo la relatividad temporal entre las tramas) de unos días, resultan bastante molestos, aunque apenas significan nada comparado con lo que subsigue.
La primera escena ya anticipa las cotas de patetismo que, gradualmente, alcanzará la película: un diálogo entre Dameron y Hux que no firmaría un gungan con síndrome de Down. Sin tiempo para recomponernos, la escena desarrolla una batalla absurda en la que Poe Dameron (al que el hecho de pilotar un caza ligero no le supone óbice alguno para destruir todas las defensas de un crucero) arriesga la totalidad de los bombarderos de la Resistencia por absolutamente ningún motivo. La primera en la frente.
Con 2-0 al descanso, cambiamos de hilo narrativo. Los planos de la Isla del Templo de Ahch-To se presentan como un balón de oxígeno, un incentivo poderoso para olvidar el grotesco cuarto de hora que precede (lo de Finn chorreando no quiero ni comentarlo) y retomar la historia principal. Incluso el intento de gag de Luke tirando su antiguo sable es asumible, aún rompiendo la legendaria solemnidad que rodea al jedi, si pensamos en los efectos de la vida ermitaña sobre su personalidad, como ya le sucediera a Yoda en Dagobah. Nada más lejos de la realidad: la línea argumental se mantiene en el nivel anterior, esto es, una gincana a ninguna parte repleta de chirigotas forzadas. Una desilusión para los que imaginábamos, y tras trailer dábamos por hecho, que sucedería algo parecido a un entrenamiento jedi. La segunda en el pecho.
El episodio VII se dejó patente la intención de orientar la trilogía hacia un público más joven que las anteriores (intención llevada hasta el absurdo de que apenas hay personajes que superen la treintena). Aún así, ni en el supuesto más pesimista habría imaginado que tratarían de reeditar los clásicos de Disney para que abarcasen una cinta de la saga más grande de todos los tiempos. En la anterior entrega J. J. Abrams deshonró a Solo al devolverlo al papel de pirata espacial, obviando su viaje iniciático en el que pasó de cínico mercenario a general comprometido con la causa rebelde. Esto, al ser potable la película, no tuvo mayor trascendencia, nada que ver con la manera en que Rian ha desgraciado un personaje tan digno y épico como el de Leia. Una mente retorcida pensaría que bajo todo esto subyace una orden de Disney de desacreditar todo aquello que encumbró la Lucasfilm de George.
Si bien Star Wars se encuadra en un mundo fantástico, hasta ahora se había mantenido fiel a una coherencia interna que esta entrega hace saltar por los aires y sustituye por el ridículo. Es Leia, sin rasguños, volando cual Mary Poppins después de unos minutos flotando al cero absoluto tras sufrir una explosión. Es una persecución a través de la velocidad de la luz. Es la muerte de Snoke. Es Yoda diciendo que Rey ya viene entrenada de serie. Es Luke suicidándose porque sí. Es la capitana Phasma. Es Rose. Es DJ. Es Rian Johnson.
Mención aparte merece el viaje al planeta-casino Canto Bight, la enésima aberración de la película. Además de ser el menos original de todos los planetas hasta ahora mostrados (universo expandido incluido), el pretexto para viajar a él es encontrar a un «descifrador de códigos» que anule el rastreador de la nave de Snoke sobre la nave capital rebelde. Para esto, claro, es necesario que Leia se encuentre inconsciente gran parte del metraje, ya que de saber Finn y Rose los planes del mando su plan no tendría sentido. Esto es reseñable porque más adelante, cuando faltan minutos para abordar el pasado de Snoke o dar consistencia a la resolución del cliffhanger de los padres de Rey, uno se pregunta cómo se encuadra en la historia una trama tan banal como esta, que (además de introducir al infame DJ, un personaje que no funciona en ningún momento) deriva en una huida de la cárcel en la que estaban cautivos por aterrizar la nave en una zona turística, liberando por el camino a unos fathiers explotados para el recreo de la burguesía autóctona, como si de 101 dálmatas se tratara. Al final, la aventura en el planeta únicamente sirve para que la Primera Orden pueda destruir casi todos los transportes rebeldes camino de Crait, gracias a la inclusión de DJ en los planes de la Resistencia.
Finalmente, confluyen en la nave de Snoke Rey, que acude a reeditar el final del episodio VI, y Finn, que tras ser capturado junto a Rose por el némesis de BB-8 termina batiéndose contra la capitana Phasma en un duelo presentado como si fuera el que todo el mundo aguardaba. Snoke se revela como un lord sith mucho más poderoso de lo que intuimos en la anterior entrega tras reconocer haber usado a Kylo como una marioneta, alimentando su conflicto interior, con el objetivo de atraer a Rey hacia sí, sin que ninguno de los dos se percatara del ardid. Después de derribar sin apuros la fortaleza mental de Rey y descubrir el paradero de Luke, muere de forma estúpida, engañado por su aprendiz pese a saber que este tenía la cabeza como un sonajero. Habida cuenta del nivel de guión mostrado hasta entonces, supongo que no supuso sonrojo alguno para Rian denigrar a un villano de esta categoría cerrando su historia de esa manera.
Poco hay que comentar sobre los últimos minutos. En Crait se dispone la última batalla de la película. Los modernos AT-AT y el interior de la base rebelde, que conserva la tecnología primigenia de la saga, evocan la batalla de Hoth (lo que podría ser considerado otro homenaje de no ser porque esta cinta tiene más de parodia que de remake). Al final, lo que queda de la Resistencia cabe en el interior del Halcón Milenario, que acude al rescate a los mandos de Chewie y Rey. Nuevamente, no se explica cómo Rey llega al Halcón desde el salón del trono, pero a estas alturas, qué más da.
En declaraciones recientes con motivo del estreno, Mark Hamill anticipaba que habían malogrado su personaje: «Casi tengo que pensar que Luke es otro personaje. […] Tal vez sea Jake Skywalker, él no es mi Luke Skywalker, pero tengo que hacer lo que Rian quiere que haga porque funciona para su historia, pero escuchen, sigo sin aceptarlo por completo». El caso es que el Luke de Rian es un personaje destrozado por las filias argumentales de este, que le llevan querer plantear en Luke el mismo dilema que en Joe (Looper): matar a un futurible asesino a costa de convertirse en uno. Cuesta mucho imaginar que Luke, que no fue capaz de matar a un genocida que le cercenó un brazo y asesinó a su mentor, llegase a estar a punto de matar a un joven inocente e indefenso, por mucho mal que atisbase en su interior. En la escena de su muerte se intenta rememorar (una vez más, sin éxito) el mítico y emotivo atardecer binario del episodio IV. Me hubiera gustado ver cualquier otra cosa.
El filme, en definitiva, constituye un pobre relato en el que únicamente se salvan los diálogos entre Kylo y Rey, un despropósito que carece de pulso narrativo y un atentado contra los rasgos más básicos del universo Star Wars, presentando una nueva idiosincrasia de superhéroes en la que casi todos los personajes son humanos. El episodio IX volverá a estar dirigido por Abrams, que dejó planteada una premisa (el pasado de Snoke, los caballeros de Ren, el origen de Rey) que Rian ha destruido casi en su totalidad. A día de hoy, la idea de cerrar la trilogía de un modo digno se antoja impensable.
La historia te juzgará, Rian Johnson.